01 febrero, 2014

VOLUNTAD



Dicen que las ventanas de los buses son los lugares donde emana esa parte
filosófica latente en el fondo de las personas, pues debo decir que para mí son el
mayor espacio del día para dejarme seducir por las cuestiones existenciales que pasan
desapercibidas gran parte de él.
Hace unas semanas mientras esperaba el bus, consumida en mis pensamientos, vi al
lado a un personaje de ropas rasgadas, añejo, de peculiar olor, acostado en el piso entre
la pared de un edificio y una bolsa de basura, lo curioso del caso, es que a pesar de su
aspecto tan peculiar y podría decir fuera de la “norma común” parecía encontrarse en
una dimensión desconocida, puesto que, los transeúntes pasaban sin siquiera notar su
presencia, absortos en realidades simplistas para algunos, pero complejas para otros;
pero ¿será que el ser humano se ha acostumbrado a vivir tanto con la desigualdad que
es incapaz ya de siquiera notarla? ¿Será que simplemente lo hemos aceptado como
parte de nuestro paisaje urbano? O será que sencillamente nos eximimos de nuestra
responsabilidad social pues ¿quién lo manda a ser pobre? Y se acalla esa voz interior a
través de pequeñas monedas de cien que damos de vez en cuando al señor que nos pide
en el bus, y sentimos que con eso “cubrimos” la cuota social que nos corresponde.
Ante esta realidad muchos prefieren retirar la mirada en un acto aparentemente válido,
como si efectivamente no reconocer esa realidad fuera a desaparecerla, algunos lo
atañen a que es tal su sensibilidad o sentimentalismo ante el sufrimiento humano que
se vuelve “insoportable” el mirar crudamente la desigualdad y miseria de los otros.
A mi parecer, es más valiente convivir con esas desigualdades sin maquillarlas, ser
conscientes de que existen sin recurrir a hipocresías. Pero entonces no es preguntarse
cuál es el origen de las desigualdades como lo hiciese J.J Rousseau, sino ¿cuál es mi rol
Hace muchos años, al verme sumergida en una sociedad a la cual no comprendía, poco
a poco las conversaciones banales que surgían a mí alrededor comenzaron a dejar de
interesarme, me incomodaba como la gente se preocupaba la mayoría de veces por
simples superficialidades ¿es acaso que el ser humano ha olvidado la esencia del ser? Y
así poco a poco los intereses de la mayoría dejaron de ser los míos, el mundo es un lugar
detestable, una verdad que no necesita demostración como lo diría Sabato. La vida a raíz
de este pensamiento parece inútil, venimos al mundo a sufrir, y venimos al mundo a dejar
a otros sufrir. Pero entonces ¿será que todo está perdido?
Fue un tiempo después cuando descubrí que no todas las personas eran indiferentes ante
la desigualdad humana, no todas las personas parecían estar cómodas con el peso que
implica levantarse diariamente y saber que existe un 20% de la población costarricense
que vive en pobreza y pueden seguir adelante sin hacer nada. Problemas hay muchos,
necesidades incontables, pero ¿qué hacer ante esta realidad?, ¿puedo salvar al mundo?
Tal vez no, pero ¿puedo cambiar la vida de una persona? ¿Y la vida de esa persona otra?
Arrastrándonos hacia una cadena de cambio, empezando por lo pequeño hasta lograr
A veces esa moneda de cien que damos es la manera más sencilla que tenemos para
“colaborar al bien social” pero curiosamente lo que más se requiere es un recurso más
barato, aunque de mayor complejidad de otorgamiento: la voluntad. Dar tiempo es lo que
más se necesita, pero lo que más nos cuesta dar.
Es así que a través de Rotaract encontré un espacio en el cual las personas se unen
siguiendo un fin común: generar proyectos que mejoren la comunidad en la que vivimos.
Estos planes pueden ir desde lo aparentemente pequeño hasta proyectos de envergadura
internacional. La magnitud del proyecto simplemente lo determina la voluntad y el empeño de llevarlo a cabo.
En ese aspecto, uno de los proyectos que mayor impacto generó en mí fueron los talleres
de dibujo y manualidades que impartimos en los albergues de adolescentes del PANI.
Estos talleres consistían en ir un día a la semana durante unas horas a impartir distintos
talleres de dibujo, manualidades y baile a los y las adolescentes que se encuentran en los
Así, algo tan sencillo como un taller de manualidades puede influir en la vida de un
individuo. Mi experiencia durante estos talleres, ha sido una muestra de que simplemente
se requiere de personas que estén dispuestas a brindar tiempo de calidad a sectores de
la sociedad olvidados para empezar a generar cambios.
Es llamativo ver como personas que viven y se desarrollan en contextos tan complejos,
sitiados en ambientes de violencia y abuso, se encuentran a la vuelta de la esquina y
son tan desconocidos. Entonces no es solo un aprendizaje unidireccional, puesto que,
nosotras les enseñamos cómo pegar, recortar y hacer tarjetas o dibujos, mientras ellos
nos dan una cruda lección sobre realidades de pobreza, violencia y abandono.
Es así como a través de la constancia y perseverancia de ir semanalmente a los talleres,
ya repercute en el comportamiento de los chicos, es muy gratificante ver como se motivan
cada semana para realizar nuevos proyectos, y como durante nuestra permanencia en el
lugar se intentan inculcar valores de compañerismo, perseverancia, esfuerzo, el compartir
recursos, minimizar los episodios de agresión verbal y física y permanencia en el colegio
o escuela. Sin embargo, es importante aclarar que estos cambios pequeños son producto
de la persistencia y dedicación en la realización de los talleres y que estas mejoras en el
comportamiento no suceden de un día para otro.
A pesar de que no es una tarea sencilla, es motivador ver como una persona que vive
en una realidad tan difícil dibuja una sonrisa al verse capaz de realizar una tarea como
una tarjeta, un dibujo o un baile y comienza a sentirse como una persona que tiene algo
que ofrecer a la sociedad, lo que desmiente momentáneamente esa farsa de que está
condenada al fracaso simplemente por el contexto en el que nació, y no es una “carga”
Puedo decir que solo a través del servicio, y aún más en los proyectos en los cuales hay
una relación directa con las personas que viven en desigualdad, a través de un simple
abrazo de agradecimiento, una sonrisa de satisfacción o un simple cambio en su día a
día, es la forma en la que me siento plena y la vida adquiere un sentido real. La tarea está
lejos de ser sencilla, pero sólo se requiere voluntad, compromiso y perseverancia para
comenzar a generar cambios.


Priscilla Siles Valverde