Dicen que las ventanas de los buses son los lugares donde emana esa
parte
filosófica latente en el fondo de las personas, pues debo decir que para
mí son el
mayor espacio del día para dejarme seducir por las cuestiones
existenciales que pasan
desapercibidas gran parte de él.
Hace unas semanas mientras esperaba el bus, consumida en mis
pensamientos, vi al
lado a un personaje de ropas rasgadas, añejo, de peculiar olor, acostado
en el piso entre
la pared de un edificio y una bolsa de basura, lo curioso del caso, es
que a pesar de su
aspecto tan peculiar y podría decir fuera de la “norma común” parecía
encontrarse en
una dimensión desconocida, puesto que, los transeúntes pasaban sin
siquiera notar su
presencia, absortos en realidades simplistas para algunos, pero
complejas para otros;
pero ¿será que el ser humano se ha acostumbrado a vivir tanto con la
desigualdad que
es incapaz ya de siquiera notarla? ¿Será que simplemente lo hemos
aceptado como
parte de nuestro paisaje urbano? O será que sencillamente nos eximimos
de nuestra
responsabilidad social pues ¿quién lo manda a ser pobre? Y se acalla esa
voz interior a
través de pequeñas monedas de cien que damos de vez en cuando al señor
que nos pide
en el bus, y sentimos que con eso “cubrimos” la cuota social que nos
corresponde.
Ante esta realidad muchos prefieren retirar la mirada en un acto
aparentemente válido,
como si efectivamente no reconocer esa realidad fuera a desaparecerla,
algunos lo
atañen a que es tal su sensibilidad o sentimentalismo ante el
sufrimiento humano que
se vuelve “insoportable” el mirar crudamente la desigualdad y miseria de
los otros.
A mi parecer, es más valiente convivir con esas desigualdades sin
maquillarlas, ser
conscientes de que existen sin recurrir a hipocresías. Pero entonces no
es preguntarse
Hace muchos años, al verme sumergida en una sociedad a la cual no
comprendía, poco
a poco las conversaciones banales que surgían a mí alrededor comenzaron
a dejar de
interesarme, me incomodaba como la gente se preocupaba la mayoría de
veces por
simples superficialidades ¿es acaso que el ser humano ha olvidado la
esencia del ser? Y
así poco a poco los intereses de la mayoría dejaron de ser los míos, el
mundo es un lugar
detestable, una verdad que no necesita demostración como lo diría
Sabato. La vida a raíz
de este pensamiento parece inútil, venimos al mundo a sufrir, y venimos
al mundo a dejar
a otros sufrir. Pero entonces ¿será que todo está perdido?
Fue un tiempo después cuando descubrí que no todas las personas eran
indiferentes ante
la desigualdad humana, no todas las personas parecían estar cómodas con
el peso que
implica levantarse diariamente y saber que existe un 20% de la población
costarricense
que vive en pobreza y pueden seguir adelante sin hacer nada. Problemas
hay muchos,
necesidades incontables, pero ¿qué hacer ante esta realidad?, ¿puedo
salvar al mundo?
Tal vez no, pero ¿puedo cambiar la vida de una persona? ¿Y la vida de
esa persona otra?
Arrastrándonos hacia una cadena de cambio, empezando por lo pequeño
hasta lograr
A veces esa moneda de cien que damos es la manera más sencilla que
tenemos para
“colaborar al bien social” pero curiosamente lo que más se requiere es
un recurso más
barato, aunque de mayor complejidad de otorgamiento: la voluntad. Dar
tiempo es lo que
más se necesita, pero lo que más nos cuesta dar.
Es así que a través de Rotaract encontré un espacio en el cual las
personas se unen
siguiendo un fin común: generar proyectos que mejoren la comunidad en la
que vivimos.
Estos planes pueden ir desde lo aparentemente pequeño hasta proyectos de
envergadura
internacional. La magnitud del proyecto simplemente lo determina la
voluntad y el empeño de llevarlo a cabo.
En ese aspecto, uno de los proyectos que mayor impacto generó en mí
fueron los talleres
de dibujo y manualidades que impartimos en los albergues de adolescentes
del PANI.
Estos talleres consistían en ir un día a la semana durante unas horas a
impartir distintos
talleres de dibujo, manualidades y baile a los y las adolescentes que se
encuentran en los
Así, algo tan sencillo como un taller de manualidades puede influir en
la vida de un
individuo. Mi experiencia durante estos talleres, ha sido una muestra de
que simplemente
se requiere de personas que estén dispuestas a brindar tiempo de calidad
a sectores de
Es llamativo ver como personas que viven y se desarrollan en contextos
tan complejos,
sitiados en ambientes de violencia y abuso, se encuentran a la vuelta de
la esquina y
son tan desconocidos. Entonces no es solo un aprendizaje unidireccional,
puesto que,
nosotras les enseñamos cómo pegar, recortar y hacer tarjetas o dibujos,
mientras ellos
nos dan una cruda lección sobre realidades de pobreza, violencia y
abandono.
Es así como a través de la constancia y perseverancia de ir semanalmente
a los talleres,
ya repercute en el comportamiento de los chicos, es muy gratificante ver
como se motivan
cada semana para realizar nuevos proyectos, y como durante nuestra
permanencia en el
lugar se intentan inculcar valores de compañerismo, perseverancia,
esfuerzo, el compartir
recursos, minimizar los episodios de agresión verbal y física y
permanencia en el colegio
o escuela. Sin embargo, es importante aclarar que estos cambios pequeños
son producto
de la persistencia y dedicación en la realización de los talleres y que
estas mejoras en el
comportamiento no suceden de un día para otro.
A pesar de que no es una tarea sencilla, es motivador ver como una
persona que vive
en una realidad tan difícil dibuja una sonrisa al verse capaz de
realizar una tarea como
una tarjeta, un dibujo o un baile y comienza a sentirse como una persona
que tiene algo
que ofrecer a la sociedad, lo que desmiente momentáneamente esa farsa de
que está
condenada al fracaso simplemente por el contexto en el que nació, y no
es una “carga”
Puedo decir que solo a través del servicio, y aún más en los proyectos
en los cuales hay
una relación directa con las personas que viven en desigualdad, a través
de un simple
abrazo de agradecimiento, una sonrisa de satisfacción o un simple cambio
en su día a
día, es la forma en la que me siento plena y la vida adquiere un sentido
real. La tarea está
lejos de ser sencilla, pero sólo se requiere voluntad, compromiso y
perseverancia para
comenzar a generar cambios.
Priscilla Siles Valverde